ITINERARIO ROMANO, ITINERARIO MARIANO


El 18 de Junio del año 2000 las calles de Roma fueron testigos de excepción de una peregrinación singular. Peregrina entre peregrinos, María Santísima del Mayor Dolor, en su paso de palio, se dirigió a San Pedro del Vaticano para clausurar las jornadas Cammino de Fraternitá y presenciar la apertura del Congreso Eucarístico Mundial por S.S. Juan Pablo II.

Actos, sin duda, solemnes, y a la vez emotivos, incardinados en la celebración del Gran Jubileo del Año 2000, puerta del Tercer Milenio del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Pero al cofrade, acostumbrado a caminar en pública estación, no se le escaparon los detalles de un recorrido proceional breve pero intenso.

Mil seiscientos metros aproximadamente separan la iglesia de San Juan de los Florentinos, punto de partida, de la plaza de San Pedro. Mil seiscientos metros que se recorrieron dos veces en esa jornada: en el camino de ida, último tramo de la senda de los peregrinos, a partir de las 4 de la tarde, y en el regreso, a partir de las 20:30h. Algo más de seis horas permaneció esta Virgen granadina, Madre del Mayor Dolor, en las calles de Roma y del Vaticano.

Porque tan corta peregrinación transcurrió por dos estados y por dos orillas de un mismo río. Como en tantas ocasiones, el viejo Tíber certificó una nueva jornada devota y festiva, contempló a su paso un trozo de Andalucía y de Granada, una porción de nuestra fe cristiana y de nuestro sentir cofrade en el mismo corazón de la Iglesia universal.

La Hermandad Escolapia comenzó su peregrinar desde la iglesia de S. Juan de los Florentinos, en la vía Giulia; una de esas iglesias nacionales tan abundantes en Roma_ de españoles, de franceses, de alemanes, de genoveses..._ que recuerdan que en siglos pasados el Papa fue, además de pastor, señor temporal. El sencillo interior de este templo de tres naves y esbelta cúpula acogió durante unos días el esplendor andaluz y neobarroco del paso de la Dolorosa de los Escolapios de Granada.

San Juan de los Florentinos es una iglesia renacentista, cuyas obras comenzaron hacia 1520, sobre la traza de Sandovino y posteriormente de Antonio San gallo y Giacomo della Porta, finalizando su obra Carlo Maderno un siglo más tarde. Aún quedaría la fachhada, de clásica grandiosidad, debida a Galilei, ya en el siglo XVIII.

Fuera del recorrido, a nuestra derecha, quedará la mayor parte de la vía Giulia, calle abierta por Julio II a comienzos del quinientos, cargada de tanta historia y de tantos edificios, como el palacio Sachetti, obra de Antonio Sagallo, cuya fachada pudimos adivinar al fondo, y multitud de templos.

Superada la plaza que precede al templo de partida, la comitiva desembocó, a través de la vía Paola, en uno de los ejes que surcan la Roma antigua, el corso de Vittorio Emanuele II, ancha vía que discurre entre el Vaticano y la plaza de Venecia, abierta a finales del siglo pasado entre el apretado caserío de la Roma medieval y renacentista y símbolo entonces de modernidad.

Un corto tramo de esa importante vía_ que en dirección contraria a nuestro itinerario muestra altivos edificios como la Iglesia Nueva de la Orden del Oratorio, el palacio de la Cancellería, el templo de San Andrés del Valle y el mítico Gesú, iglesia principal de los jesuítas_ nos llevó a la plaza P. Paoli que se abre al río Tiber.

El río fué franqueado por el puente de Vittorio Emanuelle II, que data de 1911. Ya en la otra orilla, a nuestra derecha quedó la impresionante mole medieval del castillo de Sant´Angelo, centinela y defensa del minúsculo estado del Vaticano, con una amplia trayectoria constructiva desde tiempos del emperador Adriano hasta el siglo XVI.

Sin solución de continuidad, tras surcar la calle dedidaca a S. Pío X, encaramos la impresionante
avenidad de la Conciliazione, abierta en 1937 como solemne corredor entre Roma y la ciudad vaticana, a cuyo fondo de adivinaba ya, todavía empequeñecida, la inmesa silueta de la basílica de San Pedro. A un lado y otro de la avenida contemplamos edificios ilustres: la iglesia de Santa María Transportina, iniciada en 1566 por Peruzzi; el palacio Torlonia, atribuído a Bregno a comienzos del quinietos, o los palacios de los Convertendi y de los Penitenzieri.

La regogina plaza de Pío XII nos dió acceso a los impresionantes brazos, curvilíneos y acogedores, de la columnata de Bernini. Hemos llegado a la plaza de San Pedro, en cuyo centro se le levanta altivo el impresionante obelisco egipcio, colocado allí en 1586 por D. Fontana, aunque se encontraba en Roma desde tiempos de Calígula. Dos fuentes_ de Maderno y Fontana, respectivamente_ lo flanquean en el eje mayor de la elipse descrita por la plaza que trazara Berbibi entre 1656 y 1667. Testigos mudos de los acontecimientos vaticanos son las ciento cuarenta estatuas de santos que Berbibi concebiera sobre la columnata.

Hacia la escalinata que precede a la basílica se dirigiría el paso de María Santísima del Mayor Dolor. Sin duda quedó pequeño ante la inmensa proporción de la fachada basilical, obra de Carlo Maderno, terminada em 1614, como colofón a la ampliación del templo, pero lució espléndida la gracia y elegancia de un paso de palio, esa peculiar forma de entronizar a la Virgen Santísima que tenemos en el sur de España.

Estamos en el mismo centro del cristianismo occidental, donde ya en el siglo II se rendía culto a los restos de San Pedro en un modesto santuario, convertido luego en basílica en tiempos de Constantino el Grande y en impresionante templo basilical, de trazado renacentista, por decisión de Julio II, desde 1506. La mano de Bramante, de Rafael o de Sangallo dejaron su huella en el templo; sobre ellos, el modelo de la cruz griega de Miguel Ángel, convertida décadas mas tarde en cruz latina por Maderno.

Sobresaldrá sobre la portada de este autor, la desafiante cúpula, elevada sobre el suelo más de 130 metros de altura, proyectada por el genio Miguel Ángel. A sus lados las dos cúplas menores, obras de Vignola. A nuestra derecha quedó, parapetado tras la columnata, el complejo arquitectónico de los palacios y museos vaticanos. Y recortadas sobre la piedra de la fachada, las cinco puertas de bronce del templo; la del extremo derecho es precisamente la Puerta Santa, que se abre en los años jubilares.

La plaza es el lugar elegido; moles de peregrinos concluyeron el Cammino de Fraternitá y lo hicieron junto a los cofrades granadinos y el paso de María Santísima del Mayor Dolor. Después, quedaría el recorrido de regreso, corto para lo que hubiésemos deseado los cofrades y lo que se había previsto en un principio.

Así, quedarían para visitar de forma particular las entrañables iglesias de Santa María del Trastévere, donde abrió su primera escuela San José de Calasanz, y San Pantaleón, donde descansan sus restos. El itinerario habría prescindido también del popular Campo dei Fiori, y la no lejana iglesia de Montserrat, de los españoles, o de la monumental Plaza Navona y el enjambre de iglesias de sus alrededores, con claras evocaciones cofrades, como Santa María sopra Minerva, de cuyas indulgencias eucarísticas participaron todas las hermandades sacramentales de la Cristiandad, o la iglesia de San Agustín, donde se venera, cómo no, un Crucificado con esa advocación universal de San Agustín.

En su procesión de regreso, tras escapar de la rayada sombra de la columnata de Bernini sobre la plaza de San Pedro y abandonar la acogedora amplitud de la vía della Conciliazione, María Santísima del Mayor Dolor se debió de haber adentrado en el corazón del Vaticano antiguo, en el Borgo Santo Spirito, uno de los arrabales antiguos extramuros de la urbe, por la calleja que lleva el nombre de los Caballeros del Santo Sepulcro.

Justo en la esquina donde se encuentra la iglesia del santo Spirito in Sassia, comenzaría a transitar por la Via de Penitenzieri, flanqueada en una acera por el vetusto Hospital del Santo Spirito, construído en el siglo XV por Baccio Pontelli, y en la otra, ya al final de la calle, por la antigua muralla donde se abre la Puerta del Santo Spirito.

En la plaza della Rovere, los ecos vaticanos son ya nostalgia. El espacio se abre; estaríamos a los pies de los jardines del Gianicolo. Ante nuestros ojos nuevamente el río. Los rayos de sol, ya bajos, apenas tendrían fuerza para dibujar una difusa sombra del paso de palio sobre las aguas del Tíber. Esos sería en el puente del Príncipe Amadeo Savoia Aosta. (Lamentablemente, y por motivos de seguridad y por consejo de los carabinieri italianos, tuvimos que regresar por el mismo itinerario de ida.)

La peregrinación estaría a punto de concluir. Sólo unos metros de la Vía Acciaioli nos conducirían hasta el punto de partida. Ahora la plaza que precede al tempo de los Florentinos sería testigo de las últimas variaciones. El dintel de la puerta de S. Juan enmarcó el regreso de la Virgen, entre el fervor y los aplausos de los peregrinos. ¡Ahí queó! Nuestros deseos cofrades se cumplieron en una jornada romana con sabor a Granada.

Escrito de D. Miguel Luís López-Guadalupe Muñoz

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