LA VIRGEN PEREGRINA DE ÁLVAREZ DUARTE

El calor de un mes de julio de hace casi dos años nos permitió soñar, en el taller del escultor Álvarez Duarte en la localidad de Gines, entre gubias, serrín y la madera aún inculta, cuál sería la faz soberana, el signo sensible, material y permanente del objeto de nuestra devoción, de María Santísima. Días después yo recibí en Roma, de manos de nuestro Hermano Mayor, una de las primeras astillas arrancadas por los gubiazos iniciales que marcban el penoso alumbramiento creador de la obra de arte, pequeña reliquia que aún conservo y ante la que la mente tanto ha volado, como tantas veces ante la contemplación de cualquier representación mariana, de las imágenes de aquella que ha presidido las vidas de casi todos nosotros de nuestra niñez, desde que a Ella fuimos consagrados bajo el manto de nuestra Patrona o desde que aprendimos a amarla durante el transcurso de la educación académica y cristiana de un colegio escolapio, cuyo título es precisamente "Dulce Nombre de María". Aquel sueño se hizo por fin realidad tangible, forma plástica, creación artística y, en definitiva, imagen sagrada y objeto de devoción.

Luís Álvarez Duarte (Sevilla, 1950) es exponente principal e indiscutible de la actual imaginería neobarroca sevillana y andaluza. Frecuentó en su juventud los estudios de los imagineros Eslava, Buiza y Barbero, pero no fue discípulo concreto de ninguno de ellos, auqnue a su lado conoció a fondo el mundo imaginero y la vivencia estética de sus mantenedores contemporáneos, basados en el espíritu renovado de la escuela sevillana y en su inspiración realista. Por eso, se define como autodidacta en el campo imaginero en el que labora con una profunda comprensión de los modelos de escuela, un extraordinario virtuosismo técnico y una devota dedicación al quehacer artístico. Estas cualidades se ven complementadas por sus actividades de restauración, gracias a la experiencia propia y a los conocmientos adquiridos en sucesivas estancias en Italia.

Desde su primera Dolorosa, a la temprana edad de doce años, con destino a la barriada sevillana de San José Obrero, su producción imaginera ha sido abundantísima, extendida principalmente por la geografía andaluza, pero también fuera de ella. A la imaginería sagrada une una interesante labor retratística. La Semana Santa de nuestra región, comenzando por la de su Sevilla natal, posee numerosas muestras de su arte; sin embargo, la Semana Santa de Granada no ha contado hasta este Viernes Santo con una obra suya en sus calles, bendecida el 20 de Febrero y procesionada por primera vez el Viernes Santo, 21 de Abril del 2000.

La nueva imagen de María Santísima del Mayor Dolor es una magnífica muestra del excelente quehacer imaginero de este escultor. De aproximádamente 170cm de altura, está tallada en madera de cedro, con candelero en caoba. El escultor, que se confiesa creyente y devoto de la Madre de Cristo, recrea en cada imagen mariana, especialmente en las Dolorosas, el tan consagrado tipo devocional, adquiriendo un matiz propio y diferente en cada una. Esta distinción nace del propio proceso artístico, indisolubremente fundido en el acto creativo, ya que no gusta el artista de realizar modelos previos de sus Dolorosas, creando con increíble fluencia a la par que modela.

Esta fecundidad creativa se une en esta imagen a la admiración por la escuela granadina de escultura, tal como quiso dejar expresamente escrito el escultor en el contrato de ejecución de la nueva imagen. El estudio de los modelos granadinos y de la propia imagen sustituida se encuentra muy presente en la plástica exquisita de esta Dolorsa. Su maestría en el manejo de las gubias permite un modelado virtuoso y altamente expresivo en el rostro, demostración de su experiencia retratística. Es proclive el escultor en la actual etapa de su producción a los planos más contrastados, como se observa en el arco de las cejas y entrecejo (suave sinuosidad levemente enarcada), en la boca _más entreabierta que en otras ocasiones_ y en la aproximación a las fosas nasales, en el característico hoyuelo en el mentón o en afilada nariz, virtuosamente adelgazada en sus aletas, elemento rigurosamente expresivo que coadyuva poderosamente a la definición formal del rostro y al sentimiento de dolor que transmite, como en la mejor tradición de la escuela granadina.

La exquisitez de su policromía revela de nuevo su alta cualificación técnica al obtener suaves veladuras que ayudan notablemente a realzar el modelado y aumentar la expresividad de la imagen. Sus suaves tonos, más pálidos que en sus primeras creaciones, con suaves toques de carmín sabiamente velados en las proximidades de los ojos, acredita el oficio pictórico de su artífice y su actualización en la tradición escultórica granadina con notable acierto ha sabido reinterpretar.

En definitiva, la obra en su conjunto, como tantas otras de este escultor, demuestran notables frutos que se obtienen de la sinceridad y la honradez profesionales en la noblre profesión imaginera e incluso capacitan para altas empresas en experiencias plásticas al marden de la imaginería. El resultado es muy estimable dentro de un campo artístico tan difícil, tanto por su tremenda carga tradicional como por su alejamiento del resto de experiencias artísticas contemporáneas. Sin embargo, la función devocional que, hoy como ayer, siguen cumpliendo las imágenes sagradas asegura su éxito y sanciona la absoluta vigencia de esta praxis artística en tales términos.

Esta función se verá de nuevo refrendada en unas coordenadas espaciales bien distintas a las granadinas cuando el próximo 18 de Junio las calles de Roma asistan al milagro en vivo de su paso de palio. A través de él trabarán íntimo diálogo Granada y Roma, habándose de tú a tú con el doble lenguaje universal que ambas ciudades dominan como pocas en el mundo: el lenguaje de la fe y el lenguaje del arte. Es viajera nuestra imagen, de río en rio. Nos llegó hace poco más de tres meses desde las orillas del Guadalquivir que la vieron nacer, para hacerse vecina del Genil y afincarse definitivamente en el corazón de los granadinos. Em breve, las orillas del Tíber la acogerán gozosas bajo las bóvedas del ribereño remplo de San Giovanni dei Fiorentini y se detendrán asombradas cuando las cruce por los puentes tiberinos. Y el río siempre presente como símboloco vehículo de comunión de la misma fe y del mismo fervor mariano.

Escrito de Juan Jesús López-Guadalupe Muñoz.


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