Después de la muerte, y siguiendo la contemplación de los
novísimos; la fe que nos gloriamos en creer y profesar públicamente,
especialmente el Viernes Santo de cada año, nos da la seguridad de que tras el
fin de nuestras vidas terrenas, nos encontraremos ante Dios Padre
Misericordioso, y Justo, el cual examinará nuestros corazones.
Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; J1 3, 4; M1 3, 19) y
a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del
último día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12,
38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1
Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en
nada la gracia ofrecida por Dios (cf. Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con
respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor
divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: “Cuanto hicisteis a
uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Cristo es Señor absoluto de la vida eterna, por ello el
pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los
hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. “Adquirió” este derecho por
su Cruz. El Padre también ha entregado “todo juicio al Hijo” (Jn 5, 22; cf. Jn
5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, le Hijo no ha
venido para juzgar si no para salvar (cf. Jn 3, 17) y para dar la vida que hay
en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que
cada uno se juzga ya así mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus
obras (cf. 1 Co 3, 12-15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el
Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la
gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como
el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia. Cristo
glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará
la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus
obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia.
La resurrección de todos los muertos, “de los justos y de
los pecadores” (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será “la hora en
que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el
bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la
condenación” (Jn 5, 28-29). Frente a Cristo, que es la Verdad, será pùesta al
desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf.
Jn 12, 49). El Juicio Final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que
cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena.
El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras
Dios da a los hombres todavía “el tiempo favorable, el tiempo de salvación” (2
Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino
de Dios. Anuncia la “bienaventurada esperanza” ( Tt 2, 13) de la vuelta del Señor
que “vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que
hayan creído” (2 Ts 1, 10).
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